martes, 28 de octubre de 2014

¿Por qué escribir? (Enviado por Jess)

 (Endecasílabo heroico. Acentos: 2ª, 6ª y 10ª)

¿Por qué escribir, sufriendo algún sofoco?
Escribo porque sí, ni me pregunto
por qué ni para qué. Solo barrunto
que escribo porque el tiempo sabe a poco.

No tengo pesadillas, solo evoco
recuerdos de un pasado ya difunto.
A veces el presente es un trasunto
de tiempos que a mis versos yo convoco.

Y llegan los recuerdos y me invaden
me arrastran, zarandean y desgarran,
me agitan, incomodan y persuaden,

y duelen, se encabritan y desbarran.
Escribo por vivir, pues nadie quiere
sentirse un olmo viejo que se muere.

Jess


2 comentarios:

  1. Hay poetas esclavos del aplauso. Hay los que necesitan escribir porque no entienden su vida de otra manera. Los que están encantados de haberse conocido y los que ni se soportan a sí mismos.
    Hay incluso los que llaman malditos y a los que Verlaine definió como aquellos que eran incomprendidos en su tiempo y eso les sumía en el más absoluto ostracismo versus hermetismo. Si no que se lo digan a Baudelaire, a sus flores del mal y a su epígrafe para un libro condenado.

    EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO

    Lector apacible y bucólico,
    Ingenuo y sobrio hombre de bien,
    Tira este libro saturniano,
    Melancólico y orgiástico.

    Si no cursaste tu retórica
    Con Satán, el decano astuto,
    ¡Tíralo! nada entenderás
    O me juzgarás histérico.

    Mas si de hechizos a salvo,
    Tu mirar tienta el abismo,
    Léeme y sabrás amarme;

    Alma curiosa que padeces
    Y en pos vas de tu paraíso,
    ¡Compadéceme!... ¡O te maldigo!

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  2. No puedo estar más de acuerdo con Baudelaire. Solo se me ocurre remachar que la forma mejor de leer a un poeta es asomarse al fondo de su alma:

    No esperes que me aleje para hablarme;
    busca mi cercanía;
    no tengas miedo a la distancia corta.
    Asómate a mis ojos
    verás que son la puerta de acceso al corazón,
    que es el lugar donde el amor reside.
    Si te acercas un poco, sólo un poco
    su reflejo podrá tocarte el alma.
    No contemples la lluvia detrás de la ventana,
    permite que sus gotas resbalen por tu piel
    y no por los cristales.
    Empápate de mí, pero ahora, toda tú,
    no esperes a mañana,
    no sea que tus ojos se inunden de otra lluvia
    más ácida, salada, y más amarga,
    gestada por el tiempo y tu silencio de hoy.

    Y si él me lo permite cambiaré el último verso del soneto:

    Alma curiosa que padeces
    Y en pos vas de tu paraíso,
    ¡Compadéceme!... ¡Y ámame!

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