(Endecasílabo heroico. Acentos: 2ª, 6ª y 10ª)
¿Por qué
escribir, sufriendo algún sofoco?
Escribo porque
sí, ni me pregunto
por qué ni para
qué. Solo barrunto
que escribo
porque el tiempo sabe a poco.
No tengo
pesadillas, solo evoco
recuerdos de un
pasado ya difunto.
A veces el
presente es un trasunto
de tiempos que
a mis versos yo convoco.
Y llegan los
recuerdos y me invaden
me arrastran,
zarandean y desgarran,
me agitan,
incomodan y persuaden,
y duelen, se
encabritan y desbarran.
Escribo por
vivir, pues nadie quiere
sentirse un olmo
viejo que se muere.
Jess
Hay poetas esclavos del aplauso. Hay los que necesitan escribir porque no entienden su vida de otra manera. Los que están encantados de haberse conocido y los que ni se soportan a sí mismos.
ResponderEliminarHay incluso los que llaman malditos y a los que Verlaine definió como aquellos que eran incomprendidos en su tiempo y eso les sumía en el más absoluto ostracismo versus hermetismo. Si no que se lo digan a Baudelaire, a sus flores del mal y a su epígrafe para un libro condenado.
EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO
Lector apacible y bucólico,
Ingenuo y sobrio hombre de bien,
Tira este libro saturniano,
Melancólico y orgiástico.
Si no cursaste tu retórica
Con Satán, el decano astuto,
¡Tíralo! nada entenderás
O me juzgarás histérico.
Mas si de hechizos a salvo,
Tu mirar tienta el abismo,
Léeme y sabrás amarme;
Alma curiosa que padeces
Y en pos vas de tu paraíso,
¡Compadéceme!... ¡O te maldigo!
No puedo estar más de acuerdo con Baudelaire. Solo se me ocurre remachar que la forma mejor de leer a un poeta es asomarse al fondo de su alma:
ResponderEliminarNo esperes que me aleje para hablarme;
busca mi cercanía;
no tengas miedo a la distancia corta.
Asómate a mis ojos
verás que son la puerta de acceso al corazón,
que es el lugar donde el amor reside.
Si te acercas un poco, sólo un poco
su reflejo podrá tocarte el alma.
No contemples la lluvia detrás de la ventana,
permite que sus gotas resbalen por tu piel
y no por los cristales.
Empápate de mí, pero ahora, toda tú,
no esperes a mañana,
no sea que tus ojos se inunden de otra lluvia
más ácida, salada, y más amarga,
gestada por el tiempo y tu silencio de hoy.
Y si él me lo permite cambiaré el último verso del soneto:
Alma curiosa que padeces
Y en pos vas de tu paraíso,
¡Compadéceme!... ¡Y ámame!