viernes, 27 de enero de 2017

Los paseos de DonCamilo (Capítulo IV)

DE CUANDO CAMILO FUE DONCAMILO


DonCamilo seguía acariciando a Pelón mirando, con interés, a un lienzo, que tenía principiado sobre el caballete. Se estaba poniendo las manos perdidas de pintura y su pensamiento vagaba por el entorno de su estudio. ¡Joder! exclamo cuando se había dado cuenta de que no podía coger con la mano ni un mísero lapicero con el que tomar notas. Pelón fue al suelo, lejos de las manos de DonCamilo, entre “contra el suelo no”, “que golpe..., que golpe”, rebotó varias veces en el suelo del estudio, ora de pelos, ora de mango, ora en plano. Ya quedó en estado de equilibrio, tranquilamente tumbado en el suelo. DonCamilo con la punta de los dedos, índice y pulgar, cogió a Pelón, no sin dificultad, cuidando de no ensuciar el mango y el suelo, por lo que le convenía, claro. Metió de cabeza a Pelón en un frasco que contenía aguarrás. Mientras, con un trapo húmedo, limpiaba el mango de Pelón. -Menos mal que lo está haciendo con un poco de delicadeza-pensó para sus adentros. DonCamilo le miró con ternura, como si estuviera leyendo su pensamiento, al mismo tiempo que le pedía perdón.
fotografía de chusargo

Sus pensamientos se fueron hacia unos un tiempo pasado. Le dejaron solo, sin familia. Sus hijos no le veían. Menos uno, el resto se habían casado y no le permitieron ir a sus bodas. La venganza de su “contraria” estaba surtiendo efecto. Su hijo menor, al que todos los días le llevaba al colegio, antes de dormirse, por que su trabajo era nocturno, ya no acudió a la cita diaria. Su teléfono ya no existía. Aquel teléfono que era la forma de contactar con él ya no lo tenía. DonCamilo se quedo con la tarjeta de prepago que había le comprado. Su único hijo, de cinco años, también le había abandonado. Solo le quedaba un recurso. Rehacer su vida.

fotografía de chusargo
Estaba, como todo el mundo, estrenando mes, año y siglo, era el 2.001 y decidió no permitir que la soledad pudiera acampar en su vida. Se puso un abrigo y Salió a la calle. Iba decidido a poner el remedio que tenia pensado. Buscó una tienda de informática y compró un ordenador portátil, ya le habían hablado de ello. La razón que le movió a ello era almacenar fotografías hechas a lo largo de 2 años con una máquina de fotografías digital que compro al finales del siglo XX. No tenia mucho dinero y adquirió una semireflex, de objetivo fijo. Tampoco le dieron su equipo réflex de fotografía convencional. Esa cámara le serviría para evitar que esa soledad se adueñara de su vida. Ahora tocaba ordenar esas fotos y lo primero seria archivar ese trabajo que hizo durante todo el 2.000 y parte del 1.999. Con su portátil nuevo y su afán por conservar sus recuerdos, se dirigió, resolutivo, hacia su coche.

Tenía un coche portentoso, enorme, de los que no se producían y con todos los avances que en su época le permitía el tiempo de fabricación. Era un coche grande como él solo, de esos que cuando circulaban por las calles de su ciudad, parecía que dijera “aquí estoy yo”. Era el único vehículo a su alcance en el concesionario. Fue a verlo un viernes por la tarde, cuando sus hijos, todavía solteros, fueron a requisárselo por mandato de su madre. Era lo único que le quedaba. Un coche pequeño que todavía no había terminado de pagar. El lunes síguente ya tenía otro con el que podía ir a trabajar en las afueras de Toledo.

Cada paso que daba, a DonCamilo le venía algún recuerdo a su cabeza. Pero bueno, pronto reharía su vida. Le pusieron debajo de la ventana de su alcoba una mesa camilla muy coqueta, con sus faldillas azules de paño, como requería el invierno. DonCamilo tenía un radiador pequeñito de estatura, con dos elementos que le servía perfectamente para meterle en el hueco habilitado para un brasero. Miró al radiador y pensó, con orgullo, que quedaba que ni pintado, bajo la mesa. Observó que la silla era un poco baja y tenia las piernas encogidas y los brazos estirados. No estaba cómodo, vaya. Solucionó el tema con un cojín, de los muchos que había por la casa (gordo) y ya estaba el asiento a su gusto y comodidad. Pero no para su hermana que apareció con otro, igualito, que hacia juego con la mesa. Estaría bueno que no pusiera su opinión en forma de cojín.

El ordenador lucía perfecto sobre la mesa cubierta de azul. Era de color rojo. Se sentó en su silla, le abrió la tapa, enchufó el cargador y le dio al interruptor. Su labor de rehabilitación había comenzado.

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