viernes, 27 de enero de 2017

Los paseos de DonCamilo (Capítulo II)

LOS CINCO AÑOS DE DONCAMILO

Era una tarde como otra cualquiera, tediosa, triste, grisácea, como el cielo la teñía. El sol quería hacer mella en las nubes y solo se alcanzaban a ver un tenue rayo que se filtraban por ellas. DonCamilo, sentado al lado de una mesa cuadrada, jugueteaba con Pelón. Andresito seguía alimentando de oxigeno sus pulmones. Pensaba en sus años pasados, concretamente, en lo que había escuchado de sus primeros 5 de su vida. Miraba a Nikonita como pensando en que si, entonces, en aquellos años de posguerra, alguien la hubiera tenido solo miraría un álbum de fotos.


          Había nacido en una casita blanca, construida por los presos políticos perdedores de la última guerra civil española. Corría el mes de junio del año que hacia el 52 del siglo 20. No fueron muy gratos los años que pasó en su pueblo de nacimiento. Su madre, que había ido poco tiempo al colegio del pueblo por imposición de los avatares que estaban ocurriendo en esa guerra civil. La fuga de la cultura española, que arrastraba,  entre otras, la escasez de docentes en todo el territorio español. Los que quedaban tenían temor de ser ajusticiados por el mero hecho de ser culto.  Por esa cultura y esos pensamientos, de hacía años, su madre le pario en su casa; atendida por una matrona. Esa casa comenzó a ser también la de DonCamilo y su hermanita de la misma edad, puesto que fueron alumbrados un chico y una chica, para mayores penalidades de sus padres.


          El padre de DonCamilo, hombre de alta cultura, para los tiempos que corrían, había tomado la decisión de conseguir que en ese pueblo, el de su mujer, todo aquel que quisiera aprendiera a leer y escribir, así como  "las cuatro reglas" (operaciones básicas de aritmética, suma, resta, multiplicación
y división) pudiera hacerlo. El improvisado maestro  había montado su centro docente con unas tablas apoyadas sobre unas borriquetas que hacían las veces de patas de esa novedosa y útil mesa portátil. 
La idea le había venido de ver los andamios que los presos montaban para la construcción de aquellas casitas blancas que se seguían construyendo en su barrio. 


          Entre cultura, voces de alumnos y profesor, lapiceros gastados y cuadernos con los picos vueltos hacia arriba, libros cubiertos de esa grasa que sueltan las manos de los jóvenes que allí acudían después de hacer su faenas laborales. Hombres hechos y derechos, curtidos por las noches de vigilancia de aquella guerra de hace 13 años y por el odio que seguían alimentando hacia los "otros". Esclavos de la tierra, que abonaban y sembraban en invierno, cuidaban del nacimiento de los frutos, en primavera y segaban lo nacido y crecido en verano. Esos hombres que pasaban los días de espera en la taberna. Aquellos que trabajaban por cuenta ajena y que no tenían ese privilegio. Todos, al anochecer, iban con su lápiz y su cuaderno, a casa del padre de DonCamilo y le llevaban caramelos, alcahuetas, pipas y cualquier chuchería que portaban en el bolsillo, en agradecimiento a su padre por esa enseñanza de las, "letras" y "las cuatro reglas". No podían pagar con otra cosa. La guerra y los "señoritos" del pueblo les habían dejado sin nada para el resto de sus días. Era de los ganadores, pero eso daba igual. No tenían nada que valiera la pena, hasta carecían del derecho a leer.


          DonCamilo, que aún no era así como se llamaba, completaba su entorno socio-cultural, con los amigos y en las cercanías de su casa, que al principio era así, pero como los amigos iban a jugar con él a "su puerta",poco a poco, las cercanías de su casa se fueron ampliando.



DonCamilo, descubrió, entonces, que su pueblo era más grande. Que sus amigos vivían lejos. Que el pueblo tenia doscientos habitantes. Que sus amigos no sabían leer ni escribir, cuando él sabía  "hasta hacer una frase". Sus amigos no conocían nada de las "cuatro reglas", nadie se las había enseñado. ¿Tendrían padre sus amigos? se preguntaba DonCamilo. Los amigos de DonCamilo eran los verdaderos hijos de la guerra, pensaba mientras jugaba con Pelón, paseándose el pincel entre los dedos y haciendo que cada dedo fuera el túnel por donde se accedía al siguiente ínter dedo. Pronto dedujo que, claro que tenían padre pero no se lo podían enseñar todavía, porque lo estaban aprendiendo ellos, y se decía: Cuando ellos lo aprendan ya se lo dirán a mis amigos. Una voz chillona se alzó de entre todas y preguntó si se ponían a jugar a las canicas. Todos a la vez hicieron un agujero en la tierra de la plaza y pronto DonCamilo les dijo que solo hacía falta un gua. Se miraron entre ellos y al que había hablado como pidiendo que él eligiera al que mejor lo haría. Este escogió al que estaba en un terreno llano haciéndolo, dando las explicaciones pertinentes para justificar tal elección, teniendo cuidado de no herir a ninguno de sus amigos. También tenían que hacer una línea recta, para ver el orden en los niños deberían de jugar, porque -todo en la vida tenía un orden- les dijo DonCamilo. Todos le miraron y le buscaron un palo para que hiciera la línea. Toma, hazla tú que sabes más que nosotros. Le habían convertido en líder por eso. Una vez que la raya estuvo hecha, lanzaron sus bolas desde el agujero a ver quien quedaba más cerca, después y por el orden establecido comenzaron a lanzar la bolita al agujero. Los niños pensaron en que debía de haber unas reglas de juego, aparte de estar cansados de jugar, agacharse y levantarse, y porque se consideran responsables desde el momento en que habían sido capaces de jugar como "Dios manda", que decían ellos. Pero querían jugar mejor y recurrieron a su "jefe". Se sentaron en círculo, al estilo indio, que veían en el cine de la plaza, que venía cada 15 días y proyectaban, ineludiblemente, películas de vaqueros e indios. Cada asistente debía de llevar  su silla y elegía su sitio en la plaza. Los monaguillos, siempre llevaban un banco de la iglesia y se ponían en primera fila. Los mayores se ponían al lado de los altavoces. La mayoría no oía. De pronto se escuchó una voz, "dejaros de cine y vamos a ver como recordamos el orden". Miraron al jefe y este les dijo: Solo recordad al que tenéis delante, es así de sencillo, no hace falta hacer cola, pero no hagáis trampa que entre amigos no se deben de engañar, si fuera así se romperá la pandilla por que unos se irán con el uno y el resto con el otro y seremos la mitad de los amigos. DonCamilo, les habló así y ellos se admiraron de lo que sabía con los cinco años que iba a cumplir dentro de varios meses. Esa era la opinión de todos ellos aunque de su madre no que estaba voceando su nombre para decirle que la comida estaba en la mesa. Se despidieron, hasta la tarde y cada uno se fue a su casa.

1 comentario:

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