viernes, 27 de enero de 2017

Los paseos de DonCamilo (Capítulo III)

LA HORA DE APRENDER

El 5 de Junio de 1.957, a “el que no era DonCamilo”, le pusieron en un camión, junto a su madre, su melliza y el chófer camino de Toledo. Transportaban los muebles de su casa hacia otra vivienda en Toledo que le tocó a su padre en un sorteo de casas construidas por el gobierno. Su madre iba lloriqueando porque dejaba su pueblo con toda su familia. El conductor, casi familia de mi padre, intentaba  que toda la familia viera con mejores ojos el traslado a la capital. En cierto modo, todos iban tocados de morriña por el lugar que ahora abandonaban. Él pensaba en sus recientes amigos, aquellos con quien jugaba al gua al escondite y a todos los juegos que a veces se inventaban. Aquí se quedaba todo su mundo. Aquí se quedaba su infancia verdadera, su primera infancia. Él se preguntaba si habría niños y si querrían ser sus amigos. Temía que no hubiera sitio donde jugar, siempre pensaba en lo que había oído a los mayores. “Que a gusto se vive en los pueblos, en la capital solo hay coches”. Él se quedó con todas esas cosas que se decían de Toledo. El camión hizo un giro a la derecha y apareció un paisaje que le puso los pelos de punta, ¿Sería ese el lugar donde vamos a vivir? ¡¡¡es muy bonito!!! Quería vivir en esa ciudad, deseaba llegar pronto a estar dentro de esa ella. Qué magnífico empezar su sexto año en una ciudad tan bonita. Cuántas torres de iglesias se veían. Y cada torre ¿será de una sola iglesia? o ¿habrá iglesias con mas de una torre? El camión ya estaba entrando en la ciudad de Toledo. El río Tajo, que así se llamaba, según le había enseñado su padre, corría allí abajo, llevaba mucho agua y bajaba muy rápido. ¿Cómo se entraría en aquella ciudad, Toledo?. Parecía un cuento de esos que tenia para leer, de los de guerreros medievales, con sus lanzas y sus historias terribles en los conventos. El autobús bajaba muy despacio por la cuesta que le llevaba al puente de San Martin, hoy día en desuso para los vehículos a motor y por aquellos tiempos uno de los dos pasos para llegar a la ciudad.
-Mira mamá, vamos a cruzar el río por el puente-. Lo decía con júbilo y a su madre no le hacía ni chispa de gracia. Estaba nervioso al ver que el camión casi rozaba con la puerta de entrada al puente, que a base de alguna que otra maniobra conseguía seguir su trayecto en dirección a la puerta de salida que suponía la entrada a la ciudad de Toledo. Una vez fuera del puente, el camión giró a la izquierda hacia el paseo de Recaredo. “El que no era DonCamilo” se sintió decepcionado, no iban a la ciudad de los cuentos que leía.
El motor ronroneaba fuerte porque la cuesta se lo merecía. Decían de los toledanos que todos teníamos el corazón a un lado de subir y bajar cuestas. Se nos caía de un sitio a otro. Todo Toledo era así, cuesta para arriba y cuesta para abajo, calle estrechas y empinadas, recovecos y escalones, cantos rodados en el suelo y piedra en los edificios, ladrillos rojos y azulejos amarillos y verdes de Puente del Arzobispo y blancos y azules de Talavera de la Reina. Pero ya vería el niño la ciudad que ya soñaba con ella. El camión había coronado la calle y como por arte de magia apareció a la derecha una puerta mozárabe: la Puerta del Cambrón. Llamada así por que se criaban cambroneras (pinchos rastreros, que crecían allí y pinchaban en los pies atravesando las suelas de las sandalias que llevaban los pobres que merodeaban por la puerta a expensas de que les dieran algún donativo los caballeros y mercaderes). El pequeño seguía admirando el panorama y, a su vez, admirado del mismo. El paseo de Recadero, por el que circulaba nuestro camión desembocaba en la Puerta de Visagra nueva y la puerta antigua, del mismo nombre es la que nos dejamos, unos 100 metros antes a la derecha. Una puerta árabe, que servía de acceso al barrio, del mismo nombre, renombrada y llamada Puerta de Alfonso VI, conquistador de Toledo.

El camión giró en la puerta de Visagra nueva y enfiló, de nuevo,  a la izquierda, dejando un parque, el Paseo de Merchán, ( La Vega) a la derecha y, como siempre, bajando una cuesta empinada, para no perder la costumbre. Girando a la derecha bajamos la Avenida de la Reconquista, hasta el monolito que representaba esa victoria, decían, pero a mi me parecía de otra celebración, pero no opino. Una vez en el monolito, cruzamos la carretera de Ávila y apareció la Escuela de Magisterio, situada en un antiguo cementerio y colocada encima. (No sé que se quiso tapar ahí). Un poco más lejos, poco, se encontraba el futuro barrio barrio del "que no era DonCamilo"

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