viernes, 27 de enero de 2017

Los paseos de DonCamilo (Capítulo I) Fotos de lachicadeayer.

Espacio y tiempo

DonCamilo había empezado a preparar su paseo diario. Andresito ya tenía sus baterías instaladas: una en su habitáculo de su lado derecho y otra, la de reserva, en el bolsillo de su mochila. Todo esto insertado en un carro, como de esos que se lleva al súper para hacer la compra del día, solo que más pequeño y de las medidas oportunas para que el compresor, que Andresito era eso, cupiera, exactamente, en su base al objeto de que cumpliera las funciones a que estaba destinada con la mayor eficiencia y menor coste de trabajo para que la persona que la usara hiciera el menor esfuerzo posible. Así mismo tenía unas tomas laterales para aspirar el aire exterior que pasaba por filtros donde quedaban las impurezas y, por una boquilla frontal, lo enviaba hacia un conducto de plástico, incrustado en esa boquilla, el cual unía a DonCamilo y Andresito al inicio del aparato respiratorio del primero, su nariz. Andresito y DonCamilo ya estaban conectados y dispuestos a dar su paseo diario.
DonCamilo tiró de Andresito con del mango del carrito y fue a por la mochila donde se encontraba Nikonita, su cámara fotográfica, la revisó y comprobado que había  todo lo necesario, añadió una botella de agua mineral y se la colgó a la espalda.
Llevaban un rato andando y tenían que descansar.


Para coger resuello se detuvieron y le dijo a Andresito: Si tú no estuvieras aquí, yo no podría seguir, me costaría mucho trabajo y tiempo recuperar el aliento o nunca más podríamos salir juntos. 


Andaban por un camino bien asfaltado.

 A su izquierda había un enorme olivar.  La Lola le llamaban los mayores del lugar. Sus Olivos, centenarios,  parecía que se movían al unísono, a medida que avanzábamos, paralelamente a ellos, dibujando, en perfecta simetría, una cuadricula hasta donde llegaba su ocupación en el terreno. En su final, sus puntos de fuga, se movían helicoidalmente al mirar al fondo según caminábamos. Al borde del camino una linde que hacía de frontera, apoyada en una cuneta por donde el agua buscaba su espacio en el cercano arrollo. Las esparragueras, cabezuelas, hinojos, cardos y otros arbustos, vistosos los unos y olorosos los otros,  crecían en todo lo alto de aquella linde. Predominaba el color Amarillo ocre, propio de estos andurriales, secos y soleados del mes de octubre. Algunas matas de corte bajo se apretujaban entre las plantas más altas y daban ese fuerte olor característico del monte bajo. Volvieron a detenerse para que DonCamilo respirara a pleno pulmón, bueno lo  que le quedaba de él. Cada vez que DonCamilo aspiraba, Andresito hacía un ruido sordo, con afán, como preparando la próxima inhalación; cada vez con menos intervalo de tiempo y con menos fuerza.

DonCamilo se sentó en una piedra al lado de Andresito. Su mano izquierda apoyada en el agarradero que servía para tirar del carro en el que la máquina de respirar estaba montada. La mirada perdida en el cerro del otro lado del camino. El Sol, entre rojo y amarillento, posado sobre el alto de aquel cerro alargando la sombra de las piedras, como Andresito alargaba la vida de DonCamilo. Un almendro, estéril en su fruto, daba una sombra larga y tan yerma como las almendras que nunca dio. DonCamilo se dio cuenta de que aquellas sombras necesitaban que alguien las perdurara en el tiempo. Ajustó a Nikonita e hizo una serie de disparos a ese entorno que él había tenido en su retina. El Dios sol ya había penetrado en el seno de la tierra por la cima de aquella loma. Nikonita estaba preñada de belleza que pronto podría dar a luz para recuerdo de aquella tarde. El cerro quedó libre de la carga del sol y, solamente,  se veía el leve resplandor que el astro dejaba en su retirada. DonCamilo, pensó que ya era hora de regresar a casa, guardó en su mochila a Nikonita, se levantó de aquella piedra y empezó a desandar aquel camino asfaltado, el de “La Lola”, con muchísima parsimonia, tirando del carro de Andresito. Su cabeza agachada, mirando al suelo le hacia recordar una puesta de sol, esa puesta de sol.

Foto de lachicadeayer

-DonCamilo-
-Fotos de lachicadeayer-

Los paseos de DonCamilo (Capítulo II)

LOS CINCO AÑOS DE DONCAMILO

Era una tarde como otra cualquiera, tediosa, triste, grisácea, como el cielo la teñía. El sol quería hacer mella en las nubes y solo se alcanzaban a ver un tenue rayo que se filtraban por ellas. DonCamilo, sentado al lado de una mesa cuadrada, jugueteaba con Pelón. Andresito seguía alimentando de oxigeno sus pulmones. Pensaba en sus años pasados, concretamente, en lo que había escuchado de sus primeros 5 de su vida. Miraba a Nikonita como pensando en que si, entonces, en aquellos años de posguerra, alguien la hubiera tenido solo miraría un álbum de fotos.


          Había nacido en una casita blanca, construida por los presos políticos perdedores de la última guerra civil española. Corría el mes de junio del año que hacia el 52 del siglo 20. No fueron muy gratos los años que pasó en su pueblo de nacimiento. Su madre, que había ido poco tiempo al colegio del pueblo por imposición de los avatares que estaban ocurriendo en esa guerra civil. La fuga de la cultura española, que arrastraba,  entre otras, la escasez de docentes en todo el territorio español. Los que quedaban tenían temor de ser ajusticiados por el mero hecho de ser culto.  Por esa cultura y esos pensamientos, de hacía años, su madre le pario en su casa; atendida por una matrona. Esa casa comenzó a ser también la de DonCamilo y su hermanita de la misma edad, puesto que fueron alumbrados un chico y una chica, para mayores penalidades de sus padres.


          El padre de DonCamilo, hombre de alta cultura, para los tiempos que corrían, había tomado la decisión de conseguir que en ese pueblo, el de su mujer, todo aquel que quisiera aprendiera a leer y escribir, así como  "las cuatro reglas" (operaciones básicas de aritmética, suma, resta, multiplicación
y división) pudiera hacerlo. El improvisado maestro  había montado su centro docente con unas tablas apoyadas sobre unas borriquetas que hacían las veces de patas de esa novedosa y útil mesa portátil. 
La idea le había venido de ver los andamios que los presos montaban para la construcción de aquellas casitas blancas que se seguían construyendo en su barrio. 


          Entre cultura, voces de alumnos y profesor, lapiceros gastados y cuadernos con los picos vueltos hacia arriba, libros cubiertos de esa grasa que sueltan las manos de los jóvenes que allí acudían después de hacer su faenas laborales. Hombres hechos y derechos, curtidos por las noches de vigilancia de aquella guerra de hace 13 años y por el odio que seguían alimentando hacia los "otros". Esclavos de la tierra, que abonaban y sembraban en invierno, cuidaban del nacimiento de los frutos, en primavera y segaban lo nacido y crecido en verano. Esos hombres que pasaban los días de espera en la taberna. Aquellos que trabajaban por cuenta ajena y que no tenían ese privilegio. Todos, al anochecer, iban con su lápiz y su cuaderno, a casa del padre de DonCamilo y le llevaban caramelos, alcahuetas, pipas y cualquier chuchería que portaban en el bolsillo, en agradecimiento a su padre por esa enseñanza de las, "letras" y "las cuatro reglas". No podían pagar con otra cosa. La guerra y los "señoritos" del pueblo les habían dejado sin nada para el resto de sus días. Era de los ganadores, pero eso daba igual. No tenían nada que valiera la pena, hasta carecían del derecho a leer.


          DonCamilo, que aún no era así como se llamaba, completaba su entorno socio-cultural, con los amigos y en las cercanías de su casa, que al principio era así, pero como los amigos iban a jugar con él a "su puerta",poco a poco, las cercanías de su casa se fueron ampliando.



DonCamilo, descubrió, entonces, que su pueblo era más grande. Que sus amigos vivían lejos. Que el pueblo tenia doscientos habitantes. Que sus amigos no sabían leer ni escribir, cuando él sabía  "hasta hacer una frase". Sus amigos no conocían nada de las "cuatro reglas", nadie se las había enseñado. ¿Tendrían padre sus amigos? se preguntaba DonCamilo. Los amigos de DonCamilo eran los verdaderos hijos de la guerra, pensaba mientras jugaba con Pelón, paseándose el pincel entre los dedos y haciendo que cada dedo fuera el túnel por donde se accedía al siguiente ínter dedo. Pronto dedujo que, claro que tenían padre pero no se lo podían enseñar todavía, porque lo estaban aprendiendo ellos, y se decía: Cuando ellos lo aprendan ya se lo dirán a mis amigos. Una voz chillona se alzó de entre todas y preguntó si se ponían a jugar a las canicas. Todos a la vez hicieron un agujero en la tierra de la plaza y pronto DonCamilo les dijo que solo hacía falta un gua. Se miraron entre ellos y al que había hablado como pidiendo que él eligiera al que mejor lo haría. Este escogió al que estaba en un terreno llano haciéndolo, dando las explicaciones pertinentes para justificar tal elección, teniendo cuidado de no herir a ninguno de sus amigos. También tenían que hacer una línea recta, para ver el orden en los niños deberían de jugar, porque -todo en la vida tenía un orden- les dijo DonCamilo. Todos le miraron y le buscaron un palo para que hiciera la línea. Toma, hazla tú que sabes más que nosotros. Le habían convertido en líder por eso. Una vez que la raya estuvo hecha, lanzaron sus bolas desde el agujero a ver quien quedaba más cerca, después y por el orden establecido comenzaron a lanzar la bolita al agujero. Los niños pensaron en que debía de haber unas reglas de juego, aparte de estar cansados de jugar, agacharse y levantarse, y porque se consideran responsables desde el momento en que habían sido capaces de jugar como "Dios manda", que decían ellos. Pero querían jugar mejor y recurrieron a su "jefe". Se sentaron en círculo, al estilo indio, que veían en el cine de la plaza, que venía cada 15 días y proyectaban, ineludiblemente, películas de vaqueros e indios. Cada asistente debía de llevar  su silla y elegía su sitio en la plaza. Los monaguillos, siempre llevaban un banco de la iglesia y se ponían en primera fila. Los mayores se ponían al lado de los altavoces. La mayoría no oía. De pronto se escuchó una voz, "dejaros de cine y vamos a ver como recordamos el orden". Miraron al jefe y este les dijo: Solo recordad al que tenéis delante, es así de sencillo, no hace falta hacer cola, pero no hagáis trampa que entre amigos no se deben de engañar, si fuera así se romperá la pandilla por que unos se irán con el uno y el resto con el otro y seremos la mitad de los amigos. DonCamilo, les habló así y ellos se admiraron de lo que sabía con los cinco años que iba a cumplir dentro de varios meses. Esa era la opinión de todos ellos aunque de su madre no que estaba voceando su nombre para decirle que la comida estaba en la mesa. Se despidieron, hasta la tarde y cada uno se fue a su casa.

Los paseos de DonCamilo (Capítulo III)

LA HORA DE APRENDER

El 5 de Junio de 1.957, a “el que no era DonCamilo”, le pusieron en un camión, junto a su madre, su melliza y el chófer camino de Toledo. Transportaban los muebles de su casa hacia otra vivienda en Toledo que le tocó a su padre en un sorteo de casas construidas por el gobierno. Su madre iba lloriqueando porque dejaba su pueblo con toda su familia. El conductor, casi familia de mi padre, intentaba  que toda la familia viera con mejores ojos el traslado a la capital. En cierto modo, todos iban tocados de morriña por el lugar que ahora abandonaban. Él pensaba en sus recientes amigos, aquellos con quien jugaba al gua al escondite y a todos los juegos que a veces se inventaban. Aquí se quedaba todo su mundo. Aquí se quedaba su infancia verdadera, su primera infancia. Él se preguntaba si habría niños y si querrían ser sus amigos. Temía que no hubiera sitio donde jugar, siempre pensaba en lo que había oído a los mayores. “Que a gusto se vive en los pueblos, en la capital solo hay coches”. Él se quedó con todas esas cosas que se decían de Toledo. El camión hizo un giro a la derecha y apareció un paisaje que le puso los pelos de punta, ¿Sería ese el lugar donde vamos a vivir? ¡¡¡es muy bonito!!! Quería vivir en esa ciudad, deseaba llegar pronto a estar dentro de esa ella. Qué magnífico empezar su sexto año en una ciudad tan bonita. Cuántas torres de iglesias se veían. Y cada torre ¿será de una sola iglesia? o ¿habrá iglesias con mas de una torre? El camión ya estaba entrando en la ciudad de Toledo. El río Tajo, que así se llamaba, según le había enseñado su padre, corría allí abajo, llevaba mucho agua y bajaba muy rápido. ¿Cómo se entraría en aquella ciudad, Toledo?. Parecía un cuento de esos que tenia para leer, de los de guerreros medievales, con sus lanzas y sus historias terribles en los conventos. El autobús bajaba muy despacio por la cuesta que le llevaba al puente de San Martin, hoy día en desuso para los vehículos a motor y por aquellos tiempos uno de los dos pasos para llegar a la ciudad.
-Mira mamá, vamos a cruzar el río por el puente-. Lo decía con júbilo y a su madre no le hacía ni chispa de gracia. Estaba nervioso al ver que el camión casi rozaba con la puerta de entrada al puente, que a base de alguna que otra maniobra conseguía seguir su trayecto en dirección a la puerta de salida que suponía la entrada a la ciudad de Toledo. Una vez fuera del puente, el camión giró a la izquierda hacia el paseo de Recaredo. “El que no era DonCamilo” se sintió decepcionado, no iban a la ciudad de los cuentos que leía.
El motor ronroneaba fuerte porque la cuesta se lo merecía. Decían de los toledanos que todos teníamos el corazón a un lado de subir y bajar cuestas. Se nos caía de un sitio a otro. Todo Toledo era así, cuesta para arriba y cuesta para abajo, calle estrechas y empinadas, recovecos y escalones, cantos rodados en el suelo y piedra en los edificios, ladrillos rojos y azulejos amarillos y verdes de Puente del Arzobispo y blancos y azules de Talavera de la Reina. Pero ya vería el niño la ciudad que ya soñaba con ella. El camión había coronado la calle y como por arte de magia apareció a la derecha una puerta mozárabe: la Puerta del Cambrón. Llamada así por que se criaban cambroneras (pinchos rastreros, que crecían allí y pinchaban en los pies atravesando las suelas de las sandalias que llevaban los pobres que merodeaban por la puerta a expensas de que les dieran algún donativo los caballeros y mercaderes). El pequeño seguía admirando el panorama y, a su vez, admirado del mismo. El paseo de Recadero, por el que circulaba nuestro camión desembocaba en la Puerta de Visagra nueva y la puerta antigua, del mismo nombre es la que nos dejamos, unos 100 metros antes a la derecha. Una puerta árabe, que servía de acceso al barrio, del mismo nombre, renombrada y llamada Puerta de Alfonso VI, conquistador de Toledo.

El camión giró en la puerta de Visagra nueva y enfiló, de nuevo,  a la izquierda, dejando un parque, el Paseo de Merchán, ( La Vega) a la derecha y, como siempre, bajando una cuesta empinada, para no perder la costumbre. Girando a la derecha bajamos la Avenida de la Reconquista, hasta el monolito que representaba esa victoria, decían, pero a mi me parecía de otra celebración, pero no opino. Una vez en el monolito, cruzamos la carretera de Ávila y apareció la Escuela de Magisterio, situada en un antiguo cementerio y colocada encima. (No sé que se quiso tapar ahí). Un poco más lejos, poco, se encontraba el futuro barrio barrio del "que no era DonCamilo"

Los paseos de DonCamilo (Capítulo IV)

DE CUANDO CAMILO FUE DONCAMILO


DonCamilo seguía acariciando a Pelón mirando, con interés, a un lienzo, que tenía principiado sobre el caballete. Se estaba poniendo las manos perdidas de pintura y su pensamiento vagaba por el entorno de su estudio. ¡Joder! exclamo cuando se había dado cuenta de que no podía coger con la mano ni un mísero lapicero con el que tomar notas. Pelón fue al suelo, lejos de las manos de DonCamilo, entre “contra el suelo no”, “que golpe..., que golpe”, rebotó varias veces en el suelo del estudio, ora de pelos, ora de mango, ora en plano. Ya quedó en estado de equilibrio, tranquilamente tumbado en el suelo. DonCamilo con la punta de los dedos, índice y pulgar, cogió a Pelón, no sin dificultad, cuidando de no ensuciar el mango y el suelo, por lo que le convenía, claro. Metió de cabeza a Pelón en un frasco que contenía aguarrás. Mientras, con un trapo húmedo, limpiaba el mango de Pelón. -Menos mal que lo está haciendo con un poco de delicadeza-pensó para sus adentros. DonCamilo le miró con ternura, como si estuviera leyendo su pensamiento, al mismo tiempo que le pedía perdón.
fotografía de chusargo

Sus pensamientos se fueron hacia unos un tiempo pasado. Le dejaron solo, sin familia. Sus hijos no le veían. Menos uno, el resto se habían casado y no le permitieron ir a sus bodas. La venganza de su “contraria” estaba surtiendo efecto. Su hijo menor, al que todos los días le llevaba al colegio, antes de dormirse, por que su trabajo era nocturno, ya no acudió a la cita diaria. Su teléfono ya no existía. Aquel teléfono que era la forma de contactar con él ya no lo tenía. DonCamilo se quedo con la tarjeta de prepago que había le comprado. Su único hijo, de cinco años, también le había abandonado. Solo le quedaba un recurso. Rehacer su vida.

fotografía de chusargo
Estaba, como todo el mundo, estrenando mes, año y siglo, era el 2.001 y decidió no permitir que la soledad pudiera acampar en su vida. Se puso un abrigo y Salió a la calle. Iba decidido a poner el remedio que tenia pensado. Buscó una tienda de informática y compró un ordenador portátil, ya le habían hablado de ello. La razón que le movió a ello era almacenar fotografías hechas a lo largo de 2 años con una máquina de fotografías digital que compro al finales del siglo XX. No tenia mucho dinero y adquirió una semireflex, de objetivo fijo. Tampoco le dieron su equipo réflex de fotografía convencional. Esa cámara le serviría para evitar que esa soledad se adueñara de su vida. Ahora tocaba ordenar esas fotos y lo primero seria archivar ese trabajo que hizo durante todo el 2.000 y parte del 1.999. Con su portátil nuevo y su afán por conservar sus recuerdos, se dirigió, resolutivo, hacia su coche.

Tenía un coche portentoso, enorme, de los que no se producían y con todos los avances que en su época le permitía el tiempo de fabricación. Era un coche grande como él solo, de esos que cuando circulaban por las calles de su ciudad, parecía que dijera “aquí estoy yo”. Era el único vehículo a su alcance en el concesionario. Fue a verlo un viernes por la tarde, cuando sus hijos, todavía solteros, fueron a requisárselo por mandato de su madre. Era lo único que le quedaba. Un coche pequeño que todavía no había terminado de pagar. El lunes síguente ya tenía otro con el que podía ir a trabajar en las afueras de Toledo.

Cada paso que daba, a DonCamilo le venía algún recuerdo a su cabeza. Pero bueno, pronto reharía su vida. Le pusieron debajo de la ventana de su alcoba una mesa camilla muy coqueta, con sus faldillas azules de paño, como requería el invierno. DonCamilo tenía un radiador pequeñito de estatura, con dos elementos que le servía perfectamente para meterle en el hueco habilitado para un brasero. Miró al radiador y pensó, con orgullo, que quedaba que ni pintado, bajo la mesa. Observó que la silla era un poco baja y tenia las piernas encogidas y los brazos estirados. No estaba cómodo, vaya. Solucionó el tema con un cojín, de los muchos que había por la casa (gordo) y ya estaba el asiento a su gusto y comodidad. Pero no para su hermana que apareció con otro, igualito, que hacia juego con la mesa. Estaría bueno que no pusiera su opinión en forma de cojín.

El ordenador lucía perfecto sobre la mesa cubierta de azul. Era de color rojo. Se sentó en su silla, le abrió la tapa, enchufó el cargador y le dio al interruptor. Su labor de rehabilitación había comenzado.

Los paseos de DonCamilo (Capítulo V)

-EL PRIMER AMIGO-

El día siguiente a su llegada se despertó a causa del movimiento de muebles que retumbaba en su casa. Miraba a todos lados, todo le era extraño. Bostezó, se encontraba en “estado de coma profundo”. ¿Cómo en un chico tan pequeño, se podía almacenar tanto sueño? Oyó una voz conocida a modo de orden “¡Quieres lavarte ya u os esperamos todos a mañana!” Se dirigió a lo que parecía el aseo, acertó. Era pequeñísimo, como él decía, pero al menos tenía inodoro. Sus padres le habían liberado, con este piso, de muchas cosas. Ya no tendría que buscar, en el corral, un lugar en donde no le pudieran ver desde otro. Después se tendría que ocupar de encontrarse con algún hueco que estuviera limpio. Y no ya no debería mantener el equilibrio sobre sus dos pies para no caerse sobre alguna sorpresa no advertida. Observó que había un lugar donde colgaba: Era como una tapa de una cajita, de la cual pendía una barrita en forma de L acostada. Ya no tendría que llevarlo en la mano y nadie sabría a donde iba. ¡¿Pero que estás mirando?! Otra vez la misma voz y la presencia de la dueña de ella, aparecieron en la puerta. Era su madre. ¿Quién sino iba a ser? Salió de su ensimismamiento y no sabía que hacer. Su madre le sacó de dudas. Le tomo de la mano y con la otra le hizo acercarse al lavabo cogiéndole la cabeza. Le arrimó todo lo que pudo y mojando el pico de una toalla le restregó la croa con agua que emanaba de una fuente que había sobre esa palangana tan peculiar. Se puso de puntillas, entre sus ganas de observar y los empellones del cuello de su madre, tirando hacia arriba. Tenía un tapón, la porcelana. Era negro y colgaba de una cadenita de la parte de arriba de la palancana, sujeta con una especie de tornillo que daba vueltas hacia todo los lados. Ahora le tocaba secar la cara y en eso su madre era un autentico verdugo. Le restregaba al tiempo que murmuraba, no se sabía qué, solo se la entendía “limpio”. Se la oyó decir “Hale, ya estás” y desapareció. El muchacho, porque no le gustaba que le llamaran niño (le hacía más “pequeño”) tiró de la cadenita y el agua se escapaba por ese agujero. Enseguida, en un acto reflejo, se agacho a mirar debajo de lavabo. Mientras se oía el agua correr, él no veía ninguna mancha en el suelo de la casa. Verás cuando lo cuente a mis amigos.... ¿pero cuando me llevarán? Y se sintió triste. La voz de su madre se oyó de nuevo, “El desayuno en la mesa”. Se fue a la cocina, donde salía la voz. Allí tenía un tazón de leche ensopada con el pan duro de ayer, calentita y dulzona, como cada día. Era lo único que notaba que era lo mismo que la jornada anterior. Bueno eso, las voces de su madre y los restregones en la cara que notaba cada vez que ella le lavaba, y eso era muy a menudo, incluso cuando ya él se ya se había aseado. Nunca le gustaba, a ella, como quedaba cuando lo hacía solo. Hoy no le tocaba peinarse, pensaba, pero no lo quería decir por si se encontraba con un bofetón. -Mamá, me voy a la calle a ver quién hay-le dijo. Encontró la respuesta que esperaba ¿y quién va a haber, si no conoces a nadie? Espera que baje contigo. Los dos descendían por la escalera y a la mitad, su madre le clavó los ojos, él se sintió crucificado o a punto de serlo, se preguntó qué que habría hecho ahora. ¿Es que no puedes decir que te peine, no puedo estar en todo contigo? Ya lo sabía. Pero.... no pudo decir más. De un empellón le dirigió de nuevo escaleras arriba y le peino. Sentía que le clavaba las púas del peine, pero ¡cualquiera se quejaba! Abrieron la puerta del portal de acceso a la escalera y solo encontraron a un niño sentado en una hamaca en el otro portal, a la izquierda de donde ellos salían. Se acercaron a él y su madre le preguntó ¿Puede mi hijo quedarse contigo? Claro, señora, yo estoy aquí todo el día, estoy enfermo, ¿sabe usted? Y me tiene que dar el aire pero sin jugar. Y ¿qué te pasa? Le preguntó su madre. Dicen los médicos que tengo que hacer reposo, yo no lo sé, le contesto el otro niño. Buenos días, se oyó de un piso de más arriba. Instintivamente todos miraron hacia arriba. Es mi madre, dijo el niño de la hamaca. Buenos días, contestó su madre. Y la de arriba pregunto a su hijo, ¿tienes hambre, ya? Ya es la hora de almorzar. Todos los de abajo entendieron que la señora iba a bajar a su hijo un bocadillo. La señora de arriba, que ahora estaba abajo, tendió sendos bocadillos, no muy grandes a su hijo y a su nuevo compañero, el cual se sentó a la izquierda de la hamaca, en un escalón que hacía el escaparate de una droguería, que como era tan pequeño, el niño, no lo ocultaba a la vista de los posibles clientes, según dijo el droguero que salió al ver a dos clientas nuevas, en potencia. La madre del niño de la hamaca, dijo que tenía mucho que hacer (después de 1 hora que llevaban hablando) y dirigiéndose a nosotros dijo: Luego, cuando mi hijo se tenga que subir a tomar sus medicinas, te subes con él, a jugar. Entonces volvió a sonar la voz: Si su hijo quiere y tiene ganas, luego, esta tarde, sobre las cinco, se puede venir a jugar con mi hijo. Asintieron todos y la otra señora dijo: Vale, que venga, yo me asomaré a esa hora y bajo a por el niño para que sepa donde vivimos y venga cuando quiera. Esto sonó a modo de despedida y todos nos fuimos a nuestra casa. Era la hora casi de que volviera de trabajar el padre de DonCamilo niño.